Carta
Encíclica "Fratelli Tutti" de Francisco
sobre
la Fraternidad y la Amistad
Social
Reproducción
comentada del
original
Parte
3
INTRODUCCIÓN
(por The
M+G+R Foundation)
El principal propósito de esta reproducción de la larga,
tortuosa, aburrida y poco iluminada Encíclica "Fratelli Tutti" (1) es disponer de ella en
un
formato más manejable para poder destacar y comentar las graves
ausencias y errores teológicos que contiene.
Acompañando a este documento puede leer:
Nota: Aparte del
formato (incluyendo los destacados) y de la inserción de
nuestros
resúmenes y comentarios,
hemos mantenido inalterado el texto original (1). Nuestros
resúmenes y comentarios aparecen destacados en letra
itálica y color azul. Los títulos de
sección son propios del original. Para más detalles sobre
el formato véase la nota (2)
al pie de este documento.
CARTA
ENCÍCLICA
Índice de Secciones de
esta Parte 3: Introducción al
Capítulo Tercero | Más allá
| El valor único del amor | La
creciente apertura del amor | Sociedades abiertas
que integran a todos | Comprensiones inadecuadas de
un amor universal | Trascender un mundo de socios
| Libertad, igualdad y fraternidad | Amor
universal que promueve a las personas | Promover el
bien moral | El valor de la solidaridad | Reproponer la función social de la propiedad | Derechos sin fronteras | Derechos de
los pueblos
Capítulo
tercero
PENSAR Y GESTAR UN MUNDO ABIERTO
Resumen de la
sección siguiente
(Párrafos 87 al 90):
Dios nos ha
creado de tal manera que el ser humano no está plenamente
realizado si
no nos amamos unos otros, tal como nos recordó Jesús que
deberíamos
hacer. Francisco debería estar diciendo eso pero en vez de ello
evita
involucrar a Dios y a Jesús, y lo que dice, simplemente, es que
el ser
humano no está plenamente realizado si no nos amamos los unos a
los
otros.
87. Un ser humano está hecho
de tal manera que no se realiza, no
se desarrolla ni puede encontrar su plenitud «si no es en la
entrega sincera de sí mismo a los demás»[62].
Ni
siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el
encuentro con los otros: «Sólo me comunico realmente
conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro»[63].
Esto explica por qué nadie puede experimentar el valor de vivir
sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la
verdadera existencia humana, porque «la vida subsiste donde hay
vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más
fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y
lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos
pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas
actitudes prevalece la muerte»[64].
Más
allá
88. Desde la intimidad de cada corazón, el amor crea
vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona
de sí misma hacia el otro[65]. Hechos para el amor, hay en cada
uno de nosotros «una ley de éxtasis: salir de sí
mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser»[66]. Por ello
«en cualquier caso el hombre tiene que llevar a cabo esta
empresa: salir de sí mismo»[67].
89. Pero no puedo reducir mi vida a la relación con un
pequeño grupo, ni siquiera a mi propia familia, porque es
imposible entenderme sin un tejido más amplio de relaciones: no
sólo el actual sino también el que me precede y me fue
configurando a lo largo de mi vida. Mi relación con una persona
que aprecio no puede ignorar que esa persona no vive sólo por su
relación conmigo, ni yo vivo sólo por mi referencia a
ella. Nuestra relación, si es sana y verdadera, nos abre a los
otros que nos amplían y enriquecen. El más noble sentido
social hoy fácilmente queda anulado detrás de intimismos
egoístas con apariencia de relaciones intensas. En cambio, el
amor que es auténtico, que ayuda a crecer, y las formas
más nobles de la amistad, residen en corazones que se dejan
completar. La pareja y el amigo son para abrir el corazón en
círculos, para volvernos capaces de salir de nosotros mismos
hasta acoger a todos. Los grupos cerrados y las parejas
autorreferenciales, que se constituyen en un “nosotros” contra todo el
mundo, suelen ser formas idealizadas de egoísmo y de mera
autopreservación.
90. Por algo muchas pequeñas poblaciones que sobrevivían
en zonas desérticas desarrollaron una generosa capacidad de
acogida ante los peregrinos que pasaban, y acuñaron el sagrado
deber de la hospitalidad. Lo vivieron también las comunidades
monásticas medievales, como se advierte en la Regla de san
Benito. Aunque pudiera desestructurar el orden y el silencio de los
monasterios, Benito reclamaba que a los pobres y peregrinos se los
tratara «con el máximo cuidado y solicitud»[68]. La
hospitalidad es un modo concreto de no privarse de este desafío
y de este don que es el encuentro con la humanidad más
allá del propio grupo. Aquellas personas percibían que
todos los valores que podían cultivar debían estar
acompañados por esta capacidad de trascenderse en una apertura a
los otros.
Resumen de la
sección siguiente:
Lo que
Bergoglio debería estar diciendo en pocas palabras, pero lo
enreda con
más palabrería: La mayor virtud de todas es la caridad,
una
característica
que Dios ha infundido en el ser humano, pero que el ser humano debe
ejercitar voluntariamente. Al menos aquí está mencionando
que Dios es
la fuente de la caridad y que amar es posible por Su Gracia, pero esta
mención anecdótica no es suficiente, ya que esta
cuestión clave debería ser el primer pilar y el centro de
su Encíclica.
El
valor único del amor
91. Las personas pueden desarrollar algunas actitudes que presentan
como valores morales: fortaleza, sobriedad, laboriosidad y otras
virtudes. Pero para orientar adecuadamente los actos de las distintas
virtudes morales, es necesario considerar también en qué
medida estos realizan un dinamismo de apertura y unión hacia
otras personas. Ese dinamismo es la
caridad que Dios infunde.
De
otro
modo, quizás tendremos sólo apariencia de virtudes, que
serán incapaces de construir la vida en común. Por ello
decía santo Tomás de Aquino —citando a san
Agustín— que la templanza de una persona avara ni siquiera es
virtuosa[69]. San Buenaventura, con otras palabras, explicaba que las
otras virtudes, sin la caridad, estrictamente no cumplen los
mandamientos «como Dios los
entiende»[70].
92. La altura espiritual de una vida humana está marcada por el
amor, que es «el criterio para la decisión definitiva
sobre la valoración positiva o negativa de una vida
humana»[71]. Sin embargo, hay creyentes que piensan que su
grandeza está en la imposición de sus ideologías
al resto, o en la defensa violenta de la verdad, o en grandes
demostraciones de fortaleza. Todos los creyentes necesitamos reconocer
esto: lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el
amor, el mayor peligro es no amar (cf. 1 Co 13,1-13).
93. En un intento de precisar en qué consiste la experiencia de
amar que Dios
hace posible con su gracia,
santo Tomás de Aquino
la explicaba como un movimiento que centra la atención en el
otro «considerándolo como uno consigo»[72]. La
atención afectiva que se presta al otro, provoca una
orientación a buscar su bien gratuitamente. Todo esto parte de
un aprecio, de una valoración, que en definitiva es lo que
está detrás de la palabra “caridad”: el ser amado es
“caro” para mí, es decir, «es estimado como de alto
valor»[73]. Y «del amor por el cual a uno le es grata la
otra persona depende que le dé algo gratis»[74].
94. El amor implica entonces algo más que una serie de acciones
benéficas. Las acciones brotan de una unión que inclina
más y más hacia el otro considerándolo valioso,
digno, grato y bello, más allá de las apariencias
físicas o morales. El amor al otro por ser quien es, nos mueve a
buscar lo mejor para su vida. Sólo en el cultivo de esta forma
de relacionarnos haremos posibles la amistad social que no excluye a
nadie y la fraternidad abierta a todos.
Comentarios
sobre la
sección siguiente:
(a) El lenguaje de
Bergoglio es un continuo ejercicio de vaciedad, hipercultismo y
palabrería, como cuando dice "el amor reclama ... una aventura
nunca
acabada que
integra todas las periferias hacia un pleno sentido de pertenencia
mutua". ¿A quién quiere iluminar si él mismo no
tiene la luz suficiente
para expresar las ideas con sencillez?
(b) La cita de
Mateo “Todos ustedes son hermanos” no la está aplicando
correctamente.
Lo que dice el versículo de Mateo 23:8 exactamente es:
“Vosotros,
empero, no os
hagáis llamar 'Rabí', porque uno solo es para vosotros el
Maestro; vosotros sois todos hermanos.” Dado que aquí
Jesús se está
dirigiendo a aquellos que le aceptan como Maestro, el sentido en este
caso es "Todos aquellos que me
aceptáis como Maestro sois hermanos" y
no "Toda la humanidad sois hermanos".
(c)
Obviamente, la obsesión de Francisco es formar una "comunidad
mundial compuesta de hermanos". Nunca va a referirse al otro
significado de
"hermanos" que aparece en el Evangelio - hermanos en la Fe bajo
Jesucristo - porque no le conviene.
El peligroso y erróneo mensaje anti-cristiano que está
transmitiendo por defecto al rehuir la distinción entre los
distintos conceptos de "hermanos" es que parece como si la hermandad
agnóstica de la "solidaridad" fuera más poderosa que la
hermandad cristiana porque, según él, su
fraternidad
agnóstica puede unir a todas las personas de la tierra, mientras
que la hermandad bajo la fe en Cristo solo une a los cristianos.
El
error es doble: Primero,
la hermandad agnóstica de Bergoglio nunca
funcionará porque no cuenta con Dios, sino con la soberbia de
creer que la "buena voluntad" será suficiente para lograr la
"comunión universal". Y
segundo, el
sentido de hermandad cristiana no excluye la caridad hacia los que no
comparten la misma fe; al contrario, se nos ha dicho "amad incluso a
vuestros enemigos", ¿por qué no vamos a amar
también a aquellos que, sin ser enemigos, no comparten la misma
fe? Este es un mandamiento muchísimo más poderoso que la
simple "solidaridad".
La
creciente apertura del amor
95. El amor nos pone finalmente en tensión hacia la
comunión universal.
Nadie madura ni alcanza su plenitud
aislándose. Por su propia dinámica, el amor reclama una
creciente apertura, mayor capacidad de acoger a otros, en una aventura
nunca acabada que integra todas las periferias hacia un pleno sentido
de pertenencia mutua. Jesús
nos
decía: «Todos
ustedes son hermanos» (Mt 23,8).
96. Esta necesidad de ir más allá de los propios
límites vale también para las distintas regiones y
países. De hecho, «el número cada vez mayor de
interdependencias y de comunicaciones que se entrecruzan en nuestro
planeta hace más palpable la conciencia de que todas las
naciones de la tierra […] comparten
un destino común. En los
dinamismos de la historia, a pesar de la diversidad de etnias,
sociedades y culturas, vemos sembrada la vocación de formar una
comunidad compuesta de hermanos que se acogen
recíprocamente y
se preocupan los unos de los otros»[75].
Resumen de la
sección siguiente:
Hay distintas
formas de exclusión o discriminación, no solo
geográficas. Por ejemplo:
el abandono de los que sufren, el racismo, personas con discapacidad y
la situación de los ancianos. Sería suficiente que
él lo
dijera con esas
pocas palabras, pero se siente impulsado a llenar el espacio con tinta.
Sociedades
abiertas que integran a todos
97. Hay periferias que están cerca de nosotros, en el centro de
una ciudad, o en la propia familia. También hay un aspecto de la
apertura universal del amor que no es geográfico sino
existencial. Es la capacidad cotidiana de ampliar mi círculo, de
llegar a aquellos que espontáneamente no siento parte de mi
mundo de intereses, aunque estén cerca de mí. Por otra
parte, cada hermana y hermano que sufre, abandonado o ignorado por mi
sociedad es un forastero existencial, aunque haya nacido en el mismo
país. Puede ser un ciudadano con todos los papeles, pero lo
hacen sentir como un extranjero en su propia tierra. El racismo es un
virus que muta fácilmente y en lugar de desaparecer se disimula,
pero está siempre al acecho.
98. Quiero recordar a esos “exiliados ocultos” que son tratados como
cuerpos extraños en la sociedad[76]. Muchas personas con
discapacidad «sienten que existen sin pertenecer y sin
participar». Hay todavía mucho «que les impide tener
una ciudadanía plena». El objetivo no es sólo
cuidarlos, sino «que participen activamente en la comunidad civil
y eclesial. Es un camino exigente y también fatigoso, que
contribuirá cada vez más a la formación de
conciencias capaces de reconocer a cada individuo como una persona
única e irrepetible». Igualmente pienso en «los
ancianos, que, también por su discapacidad, a veces se sienten
como una carga». Sin embargo, todos pueden dar «una
contribución singular al bien común a través de su
biografía original». Me permito insistir: «Tengan el
valor de dar voz a quienes son discriminados por su discapacidad,
porque desgraciadamente en algunas naciones, todavía hoy, se
duda en reconocerlos como personas de igual dignidad»[77].
Comentarios
posteriores:
Resumir
la
palabrería de Bergoglio es agotador y consume un tiempo precioso
que
necesitamos para otros asuntos más importantes. Nos detenemos en
este
punto y dejamos planteados algunos interrogantes para el lector que
quiera proseguir:
¿Donde
está Dios? ¿Dónde está la Fe en el discurso
de Bergoglio? ¿Está en el centro o en "la periferia"?
¿Está
aportando alguna luz teológica alrededor de las cuestiones de
las que habla?
¿Hay alguna mención a la responsabilidad de la
Jerarquía de la Iglesia por haber permitido que el mundo llegue
a las situaciones de injusticia que sufrimos y que él retrata
tan extensamente?
Al recorrer
las distintas situaciones sociales que son de conocimiento
común, ¿está
aportando algo nuevo que los lectores no sepan ya? Si, al menos,
recitase todas esas cosas con menos rodeos, podría llegar antes
al
punto al que quiere llegar: una ciudadanía sin fronteras basada
en la
"solidaridad".
Pero, si la caridad es la mayor de las virtudes, tal como él
mismo ha
reconocido en una sección anterior, ¿por qué le da
más importancia a la
"solidaridad"? Un millón de ovejas dirigiéndose a un
precipicio pueden
estar actuando en "solidaridad", todas "unidas" en la misma
dirección, ¿no es la caridad más
importante y
esencial?
La solidaridad nos dice que actuemos "unidos a los demás", pero
la caridad nos dice que actuemos "por el bien de los demás",
¿qué es más importante?
Y la caridad, si no está guiada por Dios, ¿puede
realmente funcionar? ¿Dónde está Francisco
invitando a "todas las
personas de buena voluntad", aunque sea sutilmente, a buscar la
guía de Dios?
Comprensiones
inadecuadas de un amor universal
99. El amor que se extiende más allá de las fronteras
tiene en su base lo que llamamos “amistad social” en cada ciudad o en
cada país. Cuando es genuina, esta amistad social dentro de una
sociedad es una condición de posibilidad de una verdadera
apertura universal. No se trata del falso universalismo de quien
necesita viajar constantemente porque no soporta ni ama a su propio
pueblo. Quien mira a su pueblo con desprecio, establece en su propia
sociedad categorías de primera o de segunda clase, de personas
con más o menos dignidad y derechos. De esta manera niega que
haya lugar para todos.
100. Tampoco estoy proponiendo un universalismo autoritario y
abstracto, digitado o planificado por algunos y presentado como un
supuesto sueño en orden a homogeneizar, dominar y expoliar. Hay
un modelo de globalización que «conscientemente apunta a
la uniformidad unidimensional y busca eliminar todas las diferencias y
tradiciones en una búsqueda superficial de la unidad. […] Si una
globalización pretende igualar a todos, como si fuera una
esfera, esa globalización destruye la riqueza y la
particularidad de cada persona y de cada pueblo»[78]. Ese falso
sueño universalista termina quitando al mundo su variado
colorido, su belleza y en definitiva su humanidad. Porque «el
futuro no es monocromático, sino que es posible si nos animamos
a mirarlo en la variedad y en la diversidad de lo que cada uno puede
aportar. Cuánto necesita aprender nuestra familia humana a vivir
juntos en armonía y paz sin necesidad de que tengamos que ser
todos igualitos»[79].
Trascender
un mundo de socios
101. Retomemos ahora aquella parábola del buen samaritano que
todavía tiene mucho para proponernos. Había un hombre
herido en el camino. Los personajes que pasaban a su lado no se
concentraban en este llamado interior a volverse cercanos, sino en su
función, en el lugar social que ellos ocupaban, en una
profesión relevante en la sociedad. Se sentían
importantes para la sociedad del momento y su urgencia era el rol que
les tocaba cumplir. El hombre herido y abandonado en el camino era una
molestia para ese proyecto, una interrupción, y a su vez era
alguien que no cumplía función alguna. Era un nadie, no
pertenecía a una agrupación que se considerara
destacable, no tenía función alguna en la
construcción de la historia. Mientras tanto, el samaritano
generoso se resistía a estas clasificaciones cerradas, aunque
él mismo quedaba fuera de cualquiera de estas categorías
y era sencillamente un extraño sin un lugar propio en la
sociedad. Así, libre de todo rótulo y estructura, fue
capaz de interrumpir su viaje, de cambiar su proyecto, de estar
disponible para abrirse a la sorpresa del hombre herido que lo
necesitaba.
102. ¿Qué reacción podría provocar hoy esa
narración, en un mundo donde aparecen constantemente, y crecen,
grupos sociales que se aferran a una identidad que los separa del
resto? ¿Cómo puede conmover a quienes tienden a
organizarse de tal manera que se impida toda presencia extraña
que pueda perturbar esa identidad y esa organización
autoprotectora y autorreferencial? En ese esquema queda excluida la
posibilidad de volverse prójimo, y sólo es posible ser
prójimo de quien permita asegurar los beneficios personales.
Así la palabra “prójimo” pierde todo significado, y
únicamente cobra sentido la palabra “socio”, el asociado por
determinados intereses[80].
Libertad,
igualdad y fraternidad
103. La fraternidad no es sólo resultado de condiciones de
respeto a las libertades individuales, ni siquiera de cierta equidad
administrada. Si bien son condiciones de posibilidad no bastan para que
ella surja como resultado necesario. La fraternidad tiene algo positivo
que ofrecer a la libertad y a la igualdad. ¿Qué ocurre
sin la fraternidad cultivada conscientemente, sin una voluntad
política de fraternidad, traducida en una educación para
la fraternidad, para el diálogo, para el descubrimiento de la
reciprocidad y el enriquecimiento mutuo como valores? Lo que sucede es
que la libertad enflaquece, resultando así más una
condición de soledad, de pura autonomía para pertenecer a
alguien o a algo, o sólo para poseer y disfrutar. Esto no agota
en absoluto la riqueza de la libertad que está orientada sobre
todo al amor.
104. Tampoco la igualdad se logra definiendo en abstracto que “todos
los seres humanos son iguales”, sino que es el resultado del cultivo
consciente y pedagógico de la fraternidad. Los que
únicamente son capaces de ser socios crean mundos cerrados.
¿Qué sentido puede tener en este esquema esa persona que
no pertenece al círculo de los socios y llega soñando con
una vida mejor para sí y para su familia?
105. El individualismo no nos hace más libres, más
iguales, más hermanos. La mera suma de los intereses
individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la
humanidad. Ni siquiera puede preservarnos de tantos males que cada vez
se vuelven más globales. Pero el individualismo radical es el
virus más difícil de vencer. Engaña. Nos hace
creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones,
como si acumulando ambiciones y seguridades individuales
pudiéramos construir el bien común.
Amor
universal que promueve a las personas
106. Hay un reconocimiento básico, esencial para caminar hacia
la amistad social y la fraternidad universal: percibir cuánto
vale un ser humano, cuánto vale una persona, siempre y en
cualquier circunstancia. Si cada uno vale tanto, hay que decir con
claridad y firmeza que «el solo hecho de haber nacido en un lugar
con menores recursos o menor desarrollo no justifica que algunas
personas vivan con menor dignidad»[81]. Este es un principio
elemental de la vida social que suele ser ignorado de distintas maneras
por quienes sienten que no aporta a su cosmovisión o no sirve a
sus fines.
107. Todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a
desarrollarse integralmente, y ese derecho básico no puede ser
negado por ningún país. Lo tiene aunque sea poco
eficiente, aunque haya nacido o crecido con limitaciones. Porque eso no
menoscaba su inmensa dignidad como persona humana, que no se fundamenta
en las circunstancias sino en el valor de su ser. Cuando este principio
elemental no queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni
para la sobrevivencia de la humanidad.
108. Hay sociedades que acogen parcialmente este principio. Aceptan que
haya posibilidades para todos, pero sostienen que a partir de
allí todo depende de cada uno. Desde esa perspectiva parcial no
tendría sentido «invertir para que los lentos,
débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la
vida»[82]. Invertir a favor de los frágiles puede no ser
rentable, puede implicar menor eficiencia. Exige un Estado presente y
activo, e instituciones de la sociedad civil que vayan más
allá de la libertad de los mecanismos eficientistas de
determinados sistemas económicos, políticos o
ideológicos, porque realmente se orientan en primer lugar a las
personas y al bien común.
109. Algunos nacen en familias de buena posición
económica, reciben buena educación, crecen bien
alimentados, o poseen naturalmente capacidades destacadas. Ellos
seguramente no necesitarán un Estado activo y sólo
reclamarán libertad. Pero evidentemente no cabe la misma regla
para una persona con discapacidad, para alguien que nació en un
hogar extremadamente pobre, para alguien que creció con una
educación de baja calidad y con escasas posibilidades de curar
adecuadamente sus enfermedades. Si la sociedad se rige primariamente
por los criterios de la libertad de mercado y de la eficiencia, no hay
lugar para ellos, y la fraternidad será una expresión
romántica más.
110. El hecho es que «una libertad económica sólo
declamada, pero donde las condiciones reales impiden que muchos puedan
acceder realmente a ella […] se convierte en un discurso
contradictorio»[83]. Palabras como libertad, democracia o
fraternidad se vacían de sentido. Porque el hecho es que
«mientras nuestro sistema económico y social produzca una
sola víctima y haya una sola persona descartada, no habrá
una fiesta de fraternidad universal»[84].Una sociedad humana y
fraterna es capaz de preocuparse para garantizar de modo eficiente y
estable que todos sean acompañados en el recorrido de sus vidas,
no sólo para asegurar sus necesidades básicas, sino para
que puedan dar lo mejor de sí, aunque su rendimiento no sea el
mejor, aunque vayan lento, aunque su eficiencia sea poco destacada.
111. La persona humana, con sus derechos inalienables, está
naturalmente abierta a los vínculos. En su propia raíz
reside el llamado a trascenderse a sí misma en el encuentro con
otros. Por eso «es necesario prestar atención para no caer
en algunos errores que pueden nacer de una mala comprensión de
los derechos humanos y de un paradójico mal uso de los mismos.
Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una reivindicación
siempre más amplia de los derechos individuales —estoy tentado
de decir individualistas—, que esconde una concepción de persona
humana desligada de todo contexto social y antropológico, casi
como una “mónada” (monás), cada vez más
insensible. […] Si el derecho de cada uno no está
armónicamente ordenado al bien más grande, termina por
concebirse sin limitaciones y, consecuentemente, se transforma en
fuente de conflictos y de violencias»[85].
Promover el
bien moral
112. No podemos dejar de decir que el deseo y la búsqueda del
bien de los demás y de toda la humanidad implican también
procurar una maduración de las personas y de las sociedades en
los distintos valores morales que lleven a un desarrollo humano
integral. En el Nuevo Testamento se menciona un fruto del
Espíritu Santo (cf. Ga 5,22), expresado con la palabra griega
agazosúne. Indica el apego a lo bueno, la búsqueda de lo
bueno. Más todavía, es procurar lo excelente, lo mejor
para los demás: su maduración, su crecimiento en una vida
sana, el cultivo de los valores y no sólo el bienestar material.
Hay una expresión latina semejante: bene-volentia, que significa
la actitud de querer el bien del otro. Es un fuerte deseo del bien, una
inclinación hacia todo lo que sea bueno y excelente, que nos
mueve a llenar la vida de los demás de cosas bellas, sublimes,
edificantes.
113. En esta línea, vuelvo a destacar con dolor que «ya
hemos tenido mucho tiempo de degradación moral,
burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la
honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre
superficialidad nos ha servido de poco. Esa destrucción de todo
fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con
otros para preservar los propios intereses»[86]. Volvamos a
promover el bien, para nosotros mismos y para toda la humanidad, y
así caminaremos juntos hacia un crecimiento genuino e integral.
Cada sociedad necesita asegurar que los valores se transmitan, porque
si esto no sucede se difunde el egoísmo, la violencia, la
corrupción en sus diversas formas, la indiferencia y, en
definitiva, una vida cerrada a toda trascendencia y clausurada en
intereses individuales.
El
valor de la solidaridad
114. Quiero destacar la solidaridad, que «como virtud moral y
actitud social, fruto de la conversión personal, exige el
compromiso de todos aquellos que tienen responsabilidades educativas y
formativas. En primer lugar me dirijo a las familias, llamadas a una
misión educativa primaria e imprescindible. Ellas constituyen el
primer lugar en el que se viven y se transmiten los valores del amor y
de la fraternidad, de la convivencia y del compartir, de la
atención y del cuidado del otro. Ellas son también el
ámbito privilegiado para la transmisión de la fe desde
aquellos primeros simples gestos de devoción que las madres
enseñan a los hijos. Los educadores y los formadores que, en la
escuela o en los diferentes centros de asociación infantil y
juvenil, tienen la ardua tarea de educar a los niños y
jóvenes, están llamados a tomar conciencia de que su
responsabilidad tiene que ver con las dimensiones morales, espirituales
y sociales de la persona. Los valores de la libertad, del respeto
recíproco y de la solidaridad se transmiten desde la más
tierna infancia. […] Quienes se dedican al mundo de la cultura y de los
medios de comunicación social tienen también una
responsabilidad en el campo de la educación y la
formación, especialmente en la sociedad contemporánea, en
la que el acceso a los instrumentos de formación y de
comunicación está cada vez más
extendido»[87].
115. En estos momentos donde todo parece diluirse y perder
consistencia, nos hace bien apelar a la solidez[88] que surge de
sabernos responsables de la fragilidad de los demás buscando un
destino común. La solidaridad se expresa concretamente en el
servicio, que puede asumir formas muy diversas de hacerse cargo de los
demás. El servicio es «en gran parte, cuidar la
fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras
familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo». En esta tarea
cada uno es capaz de «dejar de lado sus búsquedas, afanes,
deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los más
frágiles. […] El servicio siempre mira el rostro del hermano,
toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la
“padece” y busca la promoción del hermano. Por eso nunca el
servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se
sirve a personas»[89].
116. Los últimos en general «practican esa solidaridad tan
especial que existe entre los que sufren, entre los pobres, y que
nuestra civilización parece haber olvidado, o al menos tiene
muchas ganas de olvidar. Solidaridad es una palabra que no cae bien
siempre, yo diría que algunas veces la hemos transformado en una
mala palabra, no se puede decir; pero es una palabra que expresa mucho
más que algunos actos de generosidad esporádicos. Es
pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la
vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de
algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la
pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda,
la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar
los destructores efectos del Imperio del dinero. […] La solidaridad,
entendida en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia
y eso es lo que hacen los movimientos populares»[90].
117. Cuando hablamos de cuidar la casa común que es el planeta,
acudimos a ese mínimo de conciencia universal y de
preocupación por el cuidado mutuo que todavía puede
quedar en las personas. Porque si alguien tiene agua de sobra, y sin
embargo la cuida pensando en la humanidad, es porque ha logrado una
altura moral que le permite trascenderse a sí mismo y a su grupo
de pertenencia. ¡Eso es maravillosamente humano! Esta misma
actitud es la que se requiere para reconocer los derechos de todo ser
humano, aunque haya nacido más allá de las propias
fronteras.
Reproponer la
función social de la propiedad
118. El mundo existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos
en esta tierra con la misma dignidad. Las diferencias de color,
religión, capacidades, lugar de nacimiento, lugar de residencia
y tantas otras no pueden anteponerse o utilizarse para justificar los
privilegios de unos sobre los derechos de todos. Por consiguiente, como
comunidad estamos conminados a garantizar que cada persona viva con
dignidad y tenga oportunidades adecuadas a su desarrollo integral.
119. En los primeros siglos de la fe cristiana,
varios sabios
desarrollaron un sentido universal en su reflexión sobre el
destino común de los bienes creados[91]. Esto llevaba a pensar
que si alguien no tiene lo suficiente para vivir con dignidad se debe a
que otro se lo está quedando. Lo resume san Juan
Crisóstomo al decir que «no compartir con los pobres los
propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los
bienes que tenemos, sino suyos»[92]; o también en palabras
de san Gregorio Magno: «Cuando damos a los pobres las cosas
indispensables no les damos nuestras cosas, sino que les devolvemos lo
que es suyo»[93].
120. Vuelvo a hacer mías y a proponer a todos unas palabras de
san Juan Pablo II cuya contundencia quizás no ha sido advertida:
«Dios
ha dado la tierra a todo el género humano para que
ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni
privilegiar a ninguno»[94]. En esta línea recuerdo que
«la tradición cristiana
nunca
reconoció como
absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó
la función social de cualquier forma de propiedad
privada».[95] El principio del uso común de los bienes
creados para todos es el «primer principio de todo el
ordenamiento ético-social»[96], es un derecho natural,
originario y prioritario[97]. Todos los demás derechos sobre los
bienes necesarios para la realización integral de las personas,
incluidos el de la propiedad privada y cualquier otro, «no deben
estorbar, antes al contrario, facilitar su realización»,
como afirmaba san Pablo VI[98]. El derecho a la propiedad privada
sólo puede ser considerado como un derecho natural secundario y
derivado del principio del destino universal de los bienes creados, y
esto tiene consecuencias muy concretas que deben reflejarse en el
funcionamiento de la sociedad. Pero sucede con frecuencia que los
derechos secundarios se sobreponen a los prioritarios y originarios,
dejándolos sin relevancia práctica.
Derechos sin
fronteras
121. Entonces nadie puede quedar excluido, no importa dónde haya
nacido, y menos a causa de los privilegios que otros poseen porque
nacieron en lugares con mayores posibilidades. Los límites y las
fronteras de los Estados no pueden impedir que esto se cumpla.
Así como es inaceptable que alguien tenga menos derechos por ser
mujer, es igualmente inaceptable que el lugar de nacimiento o de
residencia ya de por sí determine menores posibilidades de vida
digna y de desarrollo.
122. El desarrollo no debe orientarse a la acumulación creciente
de unos pocos, sino que tiene que asegurar «los derechos humanos,
personales y sociales, económicos y políticos, incluidos
los derechos de las Naciones y de los pueblos»[99]. El derecho de
algunos a la libertad de empresa o de mercado no puede estar por encima
de los derechos de los pueblos, ni de la dignidad de los pobres, ni
tampoco del respeto al medio ambiente, puesto que «quien se
apropia algo es sólo para administrarlo en bien de
todos»[100]-
123. Es verdad que la actividad de los empresarios «es una noble
vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para
todos»[101]. Dios
nos promueve, espera que desarrollemos las
capacidades que nos dio y llenó el universo de potencialidades.
En sus designios cada hombre está llamado a promover su propio
progreso[102], y esto incluye fomentar las capacidades
económicas y tecnológicas para hacer crecer los bienes y
aumentar la riqueza. Pero en todo caso estas capacidades de los
empresarios, que son un don de Dios,
tendrían que orientarse
claramente al desarrollo de las demás personas y a la
superación de la miseria, especialmente a través de la
creación de fuentes de trabajo diversificadas. Siempre, junto al
derecho de propiedad privada, está el más importante y
anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada
al destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, el
derecho de todos a su uso[103].
Derechos
de los pueblos
124. La convicción del destino común de los bienes de la
tierra hoy requiere que se aplique también a los países,
a sus territorios y a sus posibilidades. Si lo miramos no sólo
desde la legitimidad de la propiedad privada y de los derechos de los
ciudadanos de una determinada nación, sino también desde
el primer principio del destino común de los bienes, entonces
podemos decir que cada país es asimismo del extranjero, en
cuanto los bienes de un territorio no deben ser negados a una persona
necesitada que provenga de otro lugar. Porque, como enseñaron
los Obispos de los Estados Unidos, hay derechos fundamentales que
«preceden a cualquier sociedad porque manan de la dignidad
otorgada a cada persona en cuanto creada por Dios»[104].
125. Esto supone además otra manera de entender las relaciones y
el intercambio entre países. Si toda persona tiene una dignidad
inalienable, si todo ser humano es mi hermano o mi hermana, y si en
realidad el mundo es de todos, no importa si alguien ha nacido
aquí o si vive fuera de los límites del propio
país. También mi nación es corresponsable de su
desarrollo, aunque pueda cumplir esta responsabilidad de diversas
maneras: acogiéndolo de manera generosa cuando lo necesite
imperiosamente, promoviéndolo en su propia tierra, no
usufructuando ni vaciando de recursos naturales a países enteros
propiciando sistemas corruptos que impiden el desarrollo digno de los
pueblos. Esto que vale para las naciones se aplica a las distintas
regiones de cada país, entre las que suele haber graves
inequidades. Pero la incapacidad de reconocer la igual dignidad humana
a veces lleva a que las regiones más desarrolladas de algunos
países sueñen con liberarse del “lastre” de las regiones
más pobres para aumentar todavía más su nivel de
consumo.
126. Hablamos de una nueva red en las relaciones internacionales,
porque no hay modo de resolver los graves problemas del mundo pensando
sólo en formas de ayuda mutua entre individuos o pequeños
grupos. Recordemos que «la inequidad no afecta sólo a
individuos, sino a países enteros, y obliga a pensar en una
ética de las relaciones internacionales»[105]. Y la
justicia exige reconocer y respetar no sólo los derechos
individuales, sino también los derechos sociales y los derechos
de los pueblos[106]. Lo que estamos diciendo implica asegurar «el
derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al
progreso»[107], que a veces se ve fuertemente dificultado por la
presión que origina la deuda externa. El pago de la deuda en
muchas ocasiones no sólo no favorece el desarrollo, sino que lo
limita y lo condiciona fuertemente. Si bien se mantiene el principio de
que toda deuda legítimamente adquirida debe ser saldada, el modo
de cumplir este deber que muchos países pobres tienen con los
países ricos no debe llegar a comprometer su subsistencia y su
crecimiento.
127. Sin dudas, se trata de otra lógica. Si no se intenta entrar
en esa lógica, mis palabras sonarán a fantasía.
Pero si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo
hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el
desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible
anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Este
es el verdadero camino de la paz, y no la estrategia carente de sentido
y corta de miras de sembrar temor y desconfianza ante amenazas
externas. Porque la paz real y
duradera sólo es posible
«desde una ética global de solidaridad y
cooperación al servicio de un futuro plasmado por la
interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia
humana»[108].
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NOTAS (por
The M+G+R Foundation)
(1) Fuente original y
oficial: Texto
de la Carta Encíclica "Fratelli Tutti" en Español en el
sitio del Vaticano
(2) Notas
sobre el formato:
* Nuestros resúmenes y
comentarios (The M+G+R Foundation)
son los destacados
en
letra itálica y color azul.
* Los títulos de sección son propios del original.
* Hemos destacado en negrita
las palabras clave relacionadas con "fraternidad", "hermanos", "padre",
"unión mundial", "globalismo", "economía", "cultura" y
similares, así como también otras palabras clave que
puedan servir de puntos de referencia para poder hacer un seguimiento
visual del texto.
* Y en color
rojo
las apariciones de las palabras "Dios", "Fe", "Jesús",
"Evangelio", "Biblia", "cristiano", "católico" y similares.
* Los números entre corchetes como [35] proceden del original y
se corresponden con citas que el lector puede encontrar al pie del
documento original del Vaticano.
Fecha oficial de
publicación de la Encíclica por el Vaticano: 3 de Octubre
de 2020
Publicación de esta
Reproducción Comentada de la Encíclica: 10 de Marzo
(Parte 1) y 22 de Junio de 2021 (resto de partes)
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