Carta
Encíclica "Fratelli Tutti" de Francisco
sobre
la Fraternidad y la Amistad
Social
Reproducción
comentada del
original
Parte
4
INTRODUCCIÓN
(por The
M+G+R Foundation)
El principal propósito de esta reproducción de la larga,
tortuosa, aburrida y poco iluminada Encíclica "Fratelli Tutti" (1) es disponer de ella en
un
formato más manejable para poder destacar y comentar las graves
ausencias y errores teológicos que contiene.
Acompañando a este documento puede leer:
Nota 1:
Hasta el momento, no hemos añadido comentarios en esta Parte 4.
Lo
haremos en la medida que Dios nos mueva a ello y nos conceda el tiempo
necesario.
Nota 2: Aparte del
formato (incluyendo los destacados) y de la inserción de
nuestros
resúmenes y comentarios,
hemos mantenido inalterado el texto original (1). Nuestros
resúmenes y comentarios aparecen destacados en letra
itálica y color azul. Los títulos de
sección son propios del original. Para más detalles sobre
el formato véase la nota (2)
al pie de este documento.
CARTA
ENCÍCLICA
Índice de Secciones de
esta Parte 4: Introducción al
Capítulo cuarto | El límite de las
fronteras | Las ofrendas recíprocas | El fecundo intercambio | Gratuidad que
acoge | Local y universal | El
sabor local | El horizonte universal | Desde la propia región
Capítulo
cuarto
UN CORAZÓN ABIERTO AL MUNDO ENTERO
128. La afirmación de que todos los seres humanos somos hermanos
y hermanas, si no es sólo una abstracción, sino que toma
carne y se vuelve concreta, nos plantea una serie de retos que nos
descolocan, nos obligan a asumir nuevas perspectivas y a desarrollar
nuevas reacciones.
El
límite de las fronteras
129. Cuando el prójimo es una persona migrante se agregan
desafíos complejos[109]. Es verdad que lo ideal sería
evitar las migraciones innecesarias y para ello el camino es crear en
los países de origen la posibilidad efectiva de vivir y de
crecer con dignidad, de manera que se puedan encontrar allí
mismo las condiciones para el propio desarrollo integral. Pero mientras
no haya serios avances en esta línea, nos corresponde respetar
el derecho de todo ser humano de encontrar un lugar donde pueda no
solamente satisfacer sus necesidades básicas y las de su
familia, sino también realizarse integralmente como persona.
Nuestros esfuerzos ante las personas migrantes que llegan pueden
resumirse en cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar.
Porque «no se trata de dejar caer desde arriba programas de
asistencia social sino de recorrer juntos un camino a través de
estas cuatro acciones, para construir ciudades y países que, al
tiempo que conservan sus respectivas identidades culturales y
religiosas, estén abiertos a las diferencias y sepan cómo
valorarlas en nombre de la fraternidad humana»[110].
130. Esto implica algunas respuestas indispensables, sobre todo frente
a los que escapan de graves crisis humanitarias. Por ejemplo:
incrementar y simplificar la concesión de visados, adoptar
programas de patrocinio privado y comunitario, abrir corredores
humanitarios para los refugiados más vulnerables, ofrecer un
alojamiento adecuado y decoroso, garantizar la seguridad personal y el
acceso a los servicios básicos, asegurar una adecuada asistencia
consular, el derecho a tener siempre consigo los documentos personales
de identidad, un acceso equitativo a la justicia, la posibilidad de
abrir cuentas bancarias y la garantía de lo básico para
la subsistencia vital, darles libertad de movimiento y la posibilidad
de trabajar, proteger a los menores de edad y asegurarles el acceso
regular a la educación, prever programas de custodia temporal o
de acogida, garantizar la libertad religiosa, promover su
inserción social, favorecer la reagrupación familiar y
preparar a las comunidades locales para los procesos integrativos[111].
131. Para quienes ya hace tiempo que han llegado y participan del
tejido social, es importante aplicar el concepto de
“ciudadanía”, que «se basa en la igualdad de derechos y
deberes bajo cuya protección todos disfrutan de la justicia. Por
esta razón, es necesario comprometernos para establecer en
nuestra sociedad el concepto de plena ciudadanía y renunciar al
uso discriminatorio de la palabra minorías, que trae consigo las
semillas de sentirse aislado e inferior; prepara el terreno para la
hostilidad y la discordia y quita los logros y los derechos religiosos
y civiles de algunos ciudadanos al discriminarlos»[112].
132. Más allá de las diversas acciones indispensables,
los Estados no pueden desarrollar por su cuenta soluciones adecuadas
«ya que las consecuencias de las opciones de cada uno repercuten
inevitablemente sobre toda la Comunidad internacional». Por lo
tanto «las respuestas sólo vendrán como fruto de un
trabajo común»[113], gestando una legislación
(governance) global para las migraciones. De cualquier manera se
necesita «establecer planes a medio y largo plazo que no se
queden en la simple respuesta a una emergencia. Deben servir, por una
parte, para ayudar realmente a la integración de los emigrantes
en los países de acogida y, al mismo tiempo, favorecer el
desarrollo de los países de proveniencia, con políticas
solidarias, que no sometan las ayudas a estrategias y prácticas
ideológicas ajenas o contrarias a las culturas de los pueblos a
las que van dirigidas»[114].
Las ofrendas
recíprocas
133. La llegada de personas diferentes, que proceden de un contexto
vital y cultural distinto, se convierte en un don, porque «las
historias de los migrantes también son historias de encuentro
entre personas y entre culturas: para las comunidades y las sociedades
a las que llegan son una oportunidad de enriquecimiento y de desarrollo
humano integral de todos»[115]. Por esto «pido
especialmente a los jóvenes que no caigan en las redes de
quienes quieren enfrentarlos a otros jóvenes que llegan a sus
países, haciéndolos ver como seres peligrosos y como si
no tuvieran la misma inalienable dignidad de todo ser
humano»[116].
134. Por otra parte, cuando se acoge de corazón a la persona
diferente, se le permite seguir siendo ella misma, al tiempo que se le
da la posibilidad de un nuevo desarrollo. Las culturas diversas, que
han gestado su riqueza a lo largo de siglos, deben ser preservadas para
no empobrecer este mundo. Esto sin dejar de estimularlas para que pueda
brotar algo nuevo de sí mismas en el encuentro con otras
realidades. No se puede ignorar el riesgo de terminar víctimas
de una esclerosis cultural. Para ello «tenemos necesidad de
comunicarnos, de descubrir las riquezas de cada uno, de valorar lo que
nos une y ver las diferencias como oportunidades de crecimiento en el
respeto de todos. Se necesita un diálogo paciente y confiado,
para que las personas, las familias y las comunidades puedan transmitir
los valores de su propia cultura y acoger lo que hay de bueno en la
experiencia de los demás»[117].
135. Retomo ejemplos que mencioné tiempo atrás: la
cultura de los latinos es «un fermento de valores y posibilidades
que puede hacer mucho bien a los Estados Unidos. […] Una fuerte
inmigración siempre termina marcando y transformando la cultura
de un lugar. En la Argentina, la fuerte inmigración italiana ha
marcado la cultura de la sociedad, y en el estilo cultural de Buenos
Aires se nota mucho la presencia de alrededor de 200.000 judíos.
Los inmigrantes, si se los ayuda a integrarse, son una
bendición, una riqueza y un nuevo don que invita a una sociedad
a crecer»[118].
136. Ampliando la mirada, con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb
recordamos que «la relación entre Occidente y Oriente es
una necesidad mutua indiscutible, que no puede ser sustituida ni
descuidada, de modo que ambos puedan enriquecerse mutuamente a
través del intercambio y el diálogo de las culturas. El
Occidente podría encontrar en la civilización del Oriente
los remedios para algunas de sus enfermedades espirituales y religiosas
causadas por la dominación del materialismo. Y el Oriente
podría encontrar en la civilización del Occidente muchos
elementos que pueden ayudarlo a salvarse de la debilidad, la
división, el conflicto y el declive científico,
técnico y cultural. Es importante prestar atención a las
diferencias religiosas, culturales e históricas que son un
componente esencial en la formación de la personalidad, la
cultura y la civilización oriental; y es importante consolidar
los derechos humanos generales y comunes, para ayudar a garantizar una
vida digna para todos los hombres en Oriente y en Occidente, evitando
el uso de políticas de doble medida»[119].
El fecundo
intercambio
137. La ayuda mutua entre países en realidad termina
beneficiando a todos. Un país que progresa desde su original
sustrato cultural es un tesoro para toda la humanidad. Necesitamos
desarrollar esta consciencia de que hoy o nos salvamos todos o no se
salva nadie. La pobreza, la decadencia, los sufrimientos de un lugar de
la tierra son un silencioso caldo de cultivo de problemas que
finalmente afectarán a todo el planeta. Si nos preocupa la
desaparición de algunas especies, debería obsesionarnos
que en cualquier lugar haya personas y pueblos que no desarrollen su
potencial y su belleza propia a causa de la pobreza o de otros
límites estructurales. Porque eso termina
empobreciéndonos a todos.
138. Si esto fue siempre cierto, hoy lo es más que nunca debido
a la realidad de un mundo tan conectado por la globalización.
Necesitamos que un ordenamiento
mundial jurídico,
político y económico «incremente y oriente la
colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de
todos los pueblos»[120]. Esto finalmente
beneficiará a
todo el planeta, porque «la ayuda al desarrollo de los
países pobres» implica «creación de riqueza
para todos»[121]. Desde el punto de vista del desarrollo
integral, esto supone que se conceda «también una voz
eficaz en las decisiones comunes a las naciones más
pobres»[122] y que se procure «incentivar el acceso al
mercado internacional de los países marcados por la pobreza y el
subdesarrollo»[123].
Gratuidad que
acoge
139. No obstante, no quisiera limitar este planteamiento a alguna forma
de utilitarismo. Existe la gratuidad. Es la capacidad de hacer algunas
cosas porque sí, porque son buenas en sí mismas, sin
esperar ningún resultado exitoso, sin esperar inmediatamente
algo a cambio. Esto permite acoger al extranjero, aunque de momento no
traiga un beneficio tangible. Pero hay países que pretenden
recibir sólo a los científicos o a los inversores.
140. Quien no vive la gratuidad fraterna, convierte su existencia en un
comercio ansioso, está siempre midiendo lo que da y lo que
recibe a cambio. Dios, en cambio, da gratis, hasta el punto de que
ayuda aun a los que no son fieles, y «hace salir el sol sobre
malos y buenos» (Mt 5,45). Por algo Jesús recomienda:
«Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo
que hace tu derecha, para que tu limosna quede en secreto» (Mt
6,3-4). Hemos recibido la vida gratis, no hemos pagado por ella.
Entonces todos podemos dar sin esperar algo, hacer el bien sin exigirle
tanto a esa persona que uno ayuda. Es lo que Jesús decía
a sus discípulos: «Lo que han recibido gratis,
entréguenlo también gratis» (Mt 10,8).
141. La verdadera calidad de los distintos países del mundo se
mide por esta capacidad de pensar no sólo como país, sino
también como familia humana, y esto se prueba especialmente en
las épocas críticas. Los nacionalismos cerrados expresan
en definitiva esta incapacidad de gratuidad, el error de creer que
pueden desarrollarse al margen de la ruina de los demás y que
cerrándose al resto estarán más protegidos. El
inmigrante es visto como un usurpador que no ofrece nada. Así,
se llega a pensar ingenuamente que los pobres son peligrosos o
inútiles y que los poderosos son generosos benefactores.
Sólo una cultura social y política que incorpore la
acogida gratuita podrá tener futuro.
Local y
universal
142. Cabe recordar que «entre la globalización y la
localización también se produce una tensión. Hace
falta prestar atención a lo global para no caer en una
mezquindad cotidiana. Al mismo tiempo, no conviene perder de vista lo
local, que nos hace caminar con los pies sobre la tierra. Las dos cosas
unidas impiden caer en alguno de estos dos extremos: uno, que los
ciudadanos vivan en un universalismo abstracto y globalizante […];
otro, que se conviertan en un museo folklórico de
ermitaños localistas, condenados a repetir siempre lo mismo,
incapaces de dejarse interpelar por el diferente y de valorar la
belleza que Dios derrama fuera de sus límites»[124]. Hay
que mirar lo global, que nos rescata de la mezquindad casera. Cuando la
casa ya no es hogar, sino que es encierro, calabozo, lo global nos va
rescatando porque es como la causa final que nos atrae hacia la
plenitud. Simultáneamente, hay que asumir con cordialidad lo
local, porque tiene algo que lo global no posee: ser levadura,
enriquecer, poner en marcha mecanismos de subsidiaridad. Por lo tanto,
la fraternidad universal y la amistad social dentro de cada sociedad
son dos polos inseparables y coesenciales. Separarlos lleva a una
deformación y a una polarización dañina.
El
sabor local
143. La solución no es una apertura que renuncia al propio
tesoro. Así como no hay diálogo con el otro sin identidad
personal, del mismo modo no hay apertura entre pueblos sino desde el
amor a la tierra, al pueblo, a los propios rasgos culturales. No me
encuentro con el otro si no poseo un sustrato donde estoy firme y
arraigado, porque desde allí puedo acoger el don del otro y
ofrecerle algo verdadero. Sólo es posible acoger al diferente y
percibir su aporte original si estoy afianzado en mi pueblo con su
cultura. Cada uno ama y cuida con especial responsabilidad su tierra y
se preocupa por su país, así como cada uno debe amar y
cuidar su casa para que no se venga abajo, porque no lo harán
los vecinos. También el bien del universo requiere que cada uno
proteja y ame su propia tierra. De lo contrario, las consecuencias del
desastre de un país terminarán afectando a todo el
planeta. Esto se fundamenta en el sentido positivo que tiene el derecho
de propiedad: cuido y cultivo algo que poseo, de manera que pueda ser
un aporte al bien de todos.
144. Además, este es un presupuesto de los intercambios sanos y
enriquecedores. El trasfondo de la experiencia de la vida en un lugar y
en una cultura determinada es lo que capacita a alguien para percibir
aspectos de la realidad que quienes no tienen esa experiencia no son
capaces de percibir tan fácilmente. Lo universal no debe ser el
imperio homogéneo, uniforme y estandarizado de una única
forma cultural dominante, que finalmente perderá los colores del
poliedro y terminará en el hastío. Es la tentación
que se expresa en el antiguo relato de la torre de Babel: la
construcción de una torre que llegara hasta el cielo no
expresaba la unidad entre distintos pueblos capaces de comunicarse
desde su diversidad. Por el contrario, fue una tentativa
engañosa, que surgía del orgullo y de la ambición
humana, de crear una unidad diferente de aquella deseada por Dios en su
plan providencial para las naciones (cf. Gn 11,1-9).
145. Hay una falsa apertura a lo universal, que procede de la
superficialidad vacía de quien no es capaz de penetrar hasta el
fondo en su patria, o de quien sobrelleva un resentimiento no resuelto
hacia su pueblo. En todo caso, «siempre hay que ampliar la mirada
para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero
hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es necesario hundir las
raíces en la tierra fértil y en la historia del propio
lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo
cercano, pero con una perspectiva más amplia. […] No es ni la
esfera global que anula ni la parcialidad aislada que
esteriliza»[125], es el poliedro, donde al mismo tiempo que cada
uno es respetado en su valor, «el todo es más que la
parte, y también es más que la mera suma de
ellas»[126].
El horizonte
universal
146. Hay narcisismos localistas que no son un sano amor al propio
pueblo y a su cultura. Esconden un espíritu cerrado que, por
cierta inseguridad y temor al otro, prefiere crear murallas defensivas
para preservarse a sí mismo. Pero no es posible ser sanamente
local sin una sincera y amable apertura a lo universal, sin dejarse
interpelar por lo que sucede en otras partes, sin dejarse enriquecer
por otras culturas o sin solidarizarse con los dramas de los
demás pueblos. Ese localismo se clausura obsesivamente en unas
pocas ideas, costumbres y seguridades, incapaz de admiración
frente a la multitud de posibilidades y de belleza que ofrece el mundo
entero, y carente de una solidaridad auténtica y generosa.
Así, la vida local ya no es auténticamente receptiva, ya
no se deja completar por el otro; por lo tanto, se limita en sus
posibilidades de desarrollo, se vuelve estática y se enferma.
Porque en realidad toda cultura sana es abierta y acogedora por
naturaleza, de tal modo que «una cultura sin valores universales
no es una verdadera cultura»[127].
147. Reconozcamos que una persona, mientras menos amplitud tenga en su
mente y en su corazón, menos podrá interpretar la
realidad cercana donde está inmersa. Sin la relación y el
contraste con quien es diferente, es difícil percibirse clara y
completamente a sí mismo y a la propia tierra, ya que las
demás culturas no son enemigos de los que hay que preservarse,
sino que son reflejos distintos de la riqueza inagotable de la vida
humana. Mirándose a sí mismo con el punto de referencia
del otro, de lo diverso, cada uno puede reconocer mejor las
peculiaridades de su persona y de su cultura: sus riquezas, sus
posibilidades y sus límites. La experiencia que se realiza en un
lugar debe ser desarrollada “en contraste” y “en sintonía” con
las experiencias de otros que viven en contextos culturales
diferentes[128].
148. En realidad, una sana apertura nunca atenta contra la identidad.
Porque al enriquecerse con elementos de otros lugares, una cultura viva
no realiza una copia o una mera repetición, sino que integra las
novedades “a su modo”. Esto provoca el nacimiento de una nueva
síntesis que finalmente beneficia a todos, ya que la cultura
donde se originan estos aportes termina siendo retroalimentada. Por
ello exhorté a los pueblos originarios a cuidar sus propias
raíces y sus culturas ancestrales, pero quise aclarar que no era
«mi intención proponer un indigenismo completamente
cerrado, ahistórico, estático, que se niegue a toda forma
de mestizaje», ya que «la propia identidad cultural se
arraiga y se enriquece en el diálogo con los diferentes y la
auténtica preservación no es un aislamiento
empobrecedor»[129]. El mundo crece y se llena de nueva belleza
gracias a sucesivas síntesis que se producen entre culturas
abiertas, fuera de toda imposición cultural.
149. Para estimular una sana relación entre el amor a la patria
y la inserción cordial en la humanidad entera, es bueno recordar
que la sociedad mundial no es el resultado de la suma de los distintos
países, sino que es la misma comunión que existe entre
ellos, es la inclusión mutua que es anterior al surgimiento de
todo grupo particular. En ese entrelazamiento de la comunión
universal se integra cada grupo humano y allí encuentra su
belleza. Entonces, cada persona que nace en un contexto determinado se
sabe perteneciente a una familia más grande sin la que no es
posible comprenderse en plenitud.
150. Este enfoque, en definitiva, reclama la aceptación gozosa
de que ningún pueblo, cultura o persona puede obtener todo de
sí. Los otros son constitutivamente necesarios para la
construcción de una vida plena. La conciencia del límite
o de la parcialidad, lejos de ser una amenaza, se vuelve la clave desde
la que soñar y elaborar un proyecto común. Porque
«el hombre es el ser fronterizo que no tiene ninguna
frontera»[130].
Desde la
propia región
151. Gracias al intercambio regional, desde el cual los países
más débiles se abren al mundo entero, es posible que la
universalidad no diluya las particularidades. Una adecuada y
auténtica apertura al mundo supone la capacidad de abrirse al
vecino, en una familia de naciones. La integración cultural,
económica y política con los pueblos cercanos
debería estar acompañada por un proceso educativo que
promueva el valor del amor al vecino, primer ejercicio indispensable
para lograr una sana integración universal.
152. En algunos barrios populares, todavía se vive el
espíritu del “vecindario”, donde cada uno siente
espontáneamente el deber de acompañar y ayudar al vecino.
En estos lugares que conservan esos valores comunitarios, se viven las
relaciones de cercanía con notas de gratuidad, solidaridad y
reciprocidad, a partir del sentido de un “nosotros” barrial[131].
Ojalá pudiera vivirse esto también entre países
cercanos, que sean capaces de construir una vecindad cordial entre sus
pueblos. Pero las visiones individualistas se traducen en las
relaciones entre países. El riesgo de vivir cuidándonos
unos de otros, viendo a los demás como competidores o enemigos
peligrosos, se traslada a la relación con los pueblos de la
región. Quizás fuimos educados en ese miedo y en esa
desconfianza.
153. Hay países poderosos y grandes empresas que sacan
rédito de este aislamiento y prefieren negociar con cada
país por separado. Por el contrario, para los países
pequeños o pobres se abre la posibilidad de alcanzar acuerdos
regionales con sus vecinos que les permitan negociar en bloque y evitar
convertirse en segmentos marginales y dependientes de los grandes
poderes. Hoy ningún Estado nacional aislado está en
condiciones de asegurar el bien común de su propia
población.
Parte anterior de esta serie:
Parte siguiente de esta serie:
NOTAS (por
The M+G+R Foundation)
(1) Fuente original y
oficial: Texto
de la Carta Encíclica "Fratelli Tutti" en Español en el
sitio del Vaticano
(2) Notas
sobre el formato:
* Nuestros resúmenes y
comentarios (The M+G+R Foundation)
son los destacados
en
letra itálica y color azul.
* Los títulos de sección son propios del original.
* Hemos destacado en negrita
las palabras clave relacionadas con "fraternidad", "hermanos", "padre",
"unión mundial", "globalismo", "economía", "cultura" y
similares, así como también otras palabras clave que
puedan servir de puntos de referencia para poder hacer un seguimiento
visual del texto.
* Y en color
rojo
las apariciones de las palabras "Dios", "Fe", "Jesús",
"Evangelio", "Biblia", "cristiano", "católico" y similares.
* Los números entre corchetes como [35] proceden del original y
se corresponden con citas que el lector puede encontrar al pie del
documento original del Vaticano.
Fecha oficial de
publicación de la Encíclica por el Vaticano: 3 de Octubre
de 2020
Publicación de esta
Reproducción Comentada de la Encíclica: 10 de Marzo
(Parte 1) y 22 de Junio de 2021 (resto de partes)
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