Primero repitió la experiencia en diversas situaciones. Desde los primeros ensayos comprobó que, efectivamente, se repetían las reacciones de las plantas conectadas a los electrodos. Luego fue complicando los experimentos. Uno intentaba discernir si las plantas tenían memoria. Para el ensayo se sirvió de la colaboración de seis estudiantes. Uno de ellos tenía que matar a una planta en presencia de otra cuando no hubiera nadie más en la sala, para que nadie más, ni siquiera el propio Backster, supiera quién era el asesino. Luego entrarían uno a uno en la sala (como si se tratara de una rueda de identificación). Antes se habría conectado al polígrafo la planta superviviente, la que había presenciado el crimen, y se probaría si recordaba cuál de los seis era el asesino. Y, al parecer, lo cierto fue que sí, la planta lo identificó. Cuando el culpable entró en la sala, la máquina mostró una serie de trazos enloquecidos.
Backster hizo más pruebas y dedujo que, cuando se le cortaba una parte a una planta, esta daba señales de dolor, aunque enseguida todo volvía a la normalidad. De ello dedujo Backster que la percepción vegetal se producía a nivel celular. Igualmente, estudió cómo reaccionaban las plantas al ataque de los crustáceos, y los resultados fueron sorprendentes: al principio, el detector de mentiras mostraba líneas asociadas al dolor, pero, cuando los ataques se hacían repetidos, esas líneas desaparecían y los ataques no provocaban más sensaciones en las plantas. Es como si se inmunizasen al dolor, como si las plantas establecieran unos mecanismos de defensa.
Un investigador ruso, el psicólogo
Benjamin Puskin, quiso contrastar los estudios iniciales de Backster,
pero, en su caso, no con un polígrafo, sino con un aparato para
medir la actividad cerebral. Huelga decir que el resultado fue
idéntico. Ambos investigadores concluyeron en sus informes que
los estudios demostraban que existía comunicación celular
entre plantas, que se producían por mecanismos desconocidos,
pero que su realidad era innegable. Algunos de los descubrimientos de
Backster son (aún más) divertidos, pero igualmente
importantes en cuanto a significado.
Un ejemplo es el llamado soponcio de las
hortalizas, en el que se conectan electrodos a tres tipos diferentes de
verduras frescas. Alguien elige una de esas tres para dejarla caer y
escaldarla en agua hirviendo. La hortaliza seleccionada " se desmaya ",
incluso antes de que se la toque, en cuanto es mentalmente
seleccionada: es decir, el polígrafo registra un súbito
pico de actividad, seguido de modo abrupto por una línea recta
que indica inconsciencia. Las otras verduras continúan como si
nada, al menos hasta que la infortunada compañera cae en el agua
hirviente; entonces responden con una empática agitación.
Los huevos también se desmayan
cuando se decide recogerlos y
romperlos y registran una respuesta nerviosa similar cuando se rompe
otro huevo a poca distancia. Este descubrimiento es muy consolador para
los vegetarianos, al comprobar que los vegetales caen en una especie de
coma anestésico en cuanto comprenden lo que les va a pasar.
Backster cree que uno debería notificar a la comida que
está a punto de convertirse en parte de la cadena alimenticia, a
fin de que entre en un coma indoloro y protector.
Otro ejemplo ocurrió
cuando Backster recibió en su laboratorio de Nueva York la
visita de una botánica de cierta Universidad de Canadá,
que quería asistir a una de sus demostraciones. Aunque a
él no le gustaban estos alardes, con cierta reticencia le
concedió el deseo a aquella mujer. A la hora designada para la
demostración, la mujer llamó a la puerta. La hizo pasar y
la condujo directamente a donde estaban las plantas. Mientras ella se
sentaba a mirar, él conectó los electrodos a varias de
las plantas y esperó. Siguió esperando. No había
señales, ni siquiera de soponcio. Las agujas no se movían
en el polígrafo.
Con una mezcla de bochorno, fastidio e
intriga
(nunca antes había visto semejante falta de respuesta),
pasó un rato trabajando con los electrodos y finalmente
renunció. Las plantas no querían hablar, se negaban en
redondo. Backster dio por sentado que si las plantas se habían
desmayado sería antes de que él las conectara,
probablemente cuando la mujer había llamado a su puerta... con
algún pensamiento errabundo en la mente.
Tras conversar amablemente unos minutos
con ella, le preguntó qué clase de trabajo hacía
en la Universidad. Ella respondió alegremente: " En general,
reúno plantas, las llevo al laboratorio y las horneo para
obtener su peso neto". Estaba claro. Las asustadas plantas
habían captado, mediante su extraño y desconocido
código comunicativo, que llegaba al laboratorio una
sádica que las quería cocer. En cuanto la mujer
abandonó el laboratorio, Backster, muy preocupado,
regresó junto a sus traumatizadas plantas: allí estaban,
por fin tranquilas de nuevo, emitiendo sus normales diseños de
tranquilidad en el papel del polígrafo.
En su libro Ciencia y
seudociencia, el escéptico James Randi resumió
así
el final de Cleve Backster: "A decir
verdad, este señor no
fracasó ante la opinión pública hasta realizar sus
últimos experimentos. (...) El hombre descubrió que al
conectar dos yogures entre sí con un alambre (por favor, no se
rían que esto es ciencia), e introducir a continuación un
cigarrillo encendido en uno de los envases , el otro yogur
manifestará una reacción en el
polígrafo; pero esto sólo se cumple si ambos recipientes
de yogur proceden de la misma cultura."
Esto es muy importante. Lo crean o no, esa fue su conclusión y, claro, llegando a este punto perdió algunos seguidores dentro de la comunidad científica".
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