Por Msr. Dr. Juan Straubinger
De la vida de San Mateo, que antes se
llamaba Leví, sabemos muy poco. Era publicano, es decir,
recaudador de tributos, en Cafarnaúm, hasta que un día
Jesús lo llamo al apostolado, diciéndole simplemente:
“Sígueme”; y Leví “levantándose le siguió”
(
Mt
9:9).
Su vida apostólica se
desarrolló primero en Palestina, al lado de los otros
APÓSTOLES; más tarde predicó probablemente en
Etiopía (África), donde a lo que parece también
padeció el martirio. Su cuerpo se venera en la Catedral de
Salerno (Italia); su fiesta se celebra el 21 de setiembre.
San Mateo fue el primero en escribir
la Buena Nueva en forma de libro, entre los años 40-50 de la era
cristiana. Lo compuso en lengua aramea o siríaca, para los
judíos de Palestina que usaban aquel idioma. Más tarde
este Evangelio, cuyo texto arameo se ha perdido, fue traducido al
griego.
El fin que San Mateo se propuso fue
demostrar que Jesús es el Mesías prometido, porque en
Él se han cumplido los vaticinios de los Profetas. Para sus
lectores inmediatos no había mejor prueba que ésta, y
también nosotros experimentamos, al leer su Evangelio, la fuerza
avasalladora de esa comprobación.