Carta
Encíclica "Fratelli Tutti" de Francisco
sobre
la Fraternidad y la Amistad
Social
Reproducción
comentada del
original
Parte
6
INTRODUCCIÓN
(por The
M+G+R Foundation)
El principal propósito de esta reproducción de la larga,
tortuosa, aburrida y poco iluminada Encíclica "Fratelli Tutti" (1) es disponer de ella en
un
formato más manejable para poder destacar y comentar las graves
ausencias y errores teológicos que contiene.
Acompañando a este documento puede leer:
Nota 1:
Hasta el momento, no hemos añadido comentarios en esta Parte 6.
Lo
haremos en la medida que Dios nos mueva a ello y nos conceda el tiempo
necesario.
Nota 2: Aparte del
formato (incluyendo los destacados) y de la inserción de
nuestros
resúmenes y comentarios,
hemos mantenido inalterado el texto original (1). Nuestros
resúmenes y comentarios aparecen destacados en letra
itálica y color azul. Los títulos de
sección son propios del original. Para más detalles sobre
el formato véase la nota (2)
al pie de este documento.
CARTA
ENCÍCLICA
Índice de Secciones de
esta Parte 6: Introducción al
Capítulo sexto | El diálogo social
hacia una nueva cultura | Construir en común
| El fundamento de los consensos | El
consenso y la verdad | Una nueva cultura | El encuentro hecho cultura | El gusto de
reconocer al otro | Recuperar la amabilidad
Capítulo
sexto
DIÁLOGO Y
AMISTAD SOCIAL
198. Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de
comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo
“dialogar”. Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos
dialogar. No hace falta decir para qué sirve el diálogo.
Me basta pensar qué sería el mundo sin ese diálogo
paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a
familias y a comunidades. El diálogo persistente y corajudo no
es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda
discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que
podamos darnos cuenta.
El
diálogo social hacia una nueva cultura
199. Algunos tratan de huir de la realidad refugiándose en
mundos privados, y otros la enfrentan con violencia destructiva, pero
«entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta,
siempre hay una opción posible: el diálogo. El
diálogo entre las generaciones, el diálogo en el pueblo,
porque todos somos pueblo, la capacidad de dar y recibir, permaneciendo
abiertos a la verdad. Un país crece cuando sus diversas riquezas
culturales dialogan de manera constructiva: la cultura popular, la
universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica,
la cultura económica, la cultura de la familia y de los medios
de comunicación»[196].
200. Se suele confundir el diálogo con algo muy diferente: un
febril intercambio de opiniones en las redes sociales, muchas veces
orientado por información mediática no siempre confiable.
Son sólo monólogos que proceden paralelos, quizás
imponiéndose a la atención de los demás por sus
tonos altos o agresivos. Pero los monólogos no comprometen a
nadie, hasta el punto de que sus contenidos frecuentemente son
oportunistas y contradictorios.
201. La resonante difusión de hechos y reclamos en los medios,
en realidad suele cerrar las posibilidades del diálogo, porque
permite que cada uno mantenga intocables y sin matices sus ideas,
intereses y opciones con la excusa de los errores ajenos. Prima la
costumbre de descalificar rápidamente al adversario,
aplicándole epítetos humillantes, en lugar de enfrentar
un diálogo abierto y respetuoso, donde se busque alcanzar una
síntesis superadora. Lo peor es que este lenguaje, habitual en
el contexto mediático de una campaña política, se
ha generalizado de tal manera que todos lo utilizan cotidianamente. El
debate frecuentemente es manoseado por determinados intereses que
tienen mayor poder, procurando deshonestamente inclinar la
opinión pública a su favor. No me refiero solamente al
gobierno de turno, ya que este poder manipulador puede ser
económico, político, mediático, religioso o de
cualquier género. A veces se lo justifica o excusa cuando su
dinámica responde a los propios intereses económicos o
ideológicos, pero tarde o temprano se vuelve en contra de esos
mismos intereses.
202. La falta de diálogo implica que ninguno, en los distintos
sectores, está preocupado por el bien común, sino por la
adquisición de los beneficios que otorga el poder, o en el mejor
de los casos, por imponer su forma de pensar. Así las
conversaciones se convertirán en meras negociaciones para que
cada uno pueda rasguñar todo el poder y los mayores beneficios
posibles, no en una búsqueda conjunta que genere bien
común. Los héroes del futuro serán los que sepan
romper esa lógica enfermiza y decidan sostener con respeto una
palabra cargada de verdad, más allá de las conveniencias
personales. Dios
quiera que esos héroes se estén gestando silenciosamente
en el corazón de nuestra sociedad.
Construir
en común
203. El auténtico diálogo social supone la capacidad de
respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que
encierre algunas convicciones o intereses legítimos. Desde su
identidad, el otro tiene algo para aportar, y es deseable que
profundice y exponga su propia posición para que el debate
público sea más completo todavía. Es cierto que
cuando una persona o un grupo es coherente con lo que piensa, adhiere
firmemente a valores y convicciones, y desarrolla un pensamiento, eso
de un modo o de otro beneficiará a la sociedad. Pero esto
sólo ocurre realmente en la medida en que dicho desarrollo se
realice en diálogo y apertura a los otros. Porque «en un
verdadero espíritu de diálogo se alimenta la capacidad de
comprender el sentido de lo que el otro dice y hace, aunque uno no
pueda asumirlo como una convicción propia. Así se vuelve
posible ser sinceros, no disimular lo que creemos, sin dejar de
conversar, de buscar puntos de contacto, y sobre todo de trabajar y
luchar juntos»[197]. La discusión pública, si
verdaderamente da espacio a todos y no manipula ni esconde
información, es un permanente estímulo que permite
alcanzar más adecuadamente la verdad, o al menos expresarla
mejor. Impide que los diversos sectores se instalen cómodos y
autosuficientes en su modo de ver las cosas y en sus intereses
limitados. Pensemos que «las diferencias son creativas, crean
tensión y en la resolución de una tensión
está el progreso de la humanidad»[198].
204. Hoy existe la convicción de que, además de los
desarrollos científicos especializados, es necesaria la
comunicación entre disciplinas, puesto que la realidad es una,
aunque pueda ser abordada desde distintas perspectivas y con diferentes
metodologías. No se debe soslayar el riesgo de que un avance
científico sea considerado el único abordaje posible para
comprender algún aspecto de la vida, de la sociedad y del mundo.
En cambio, un investigador que avanza con eficiencia en su
análisis, e igualmente está dispuesto a reconocer otras
dimensiones de la realidad que él investiga, gracias al trabajo
de otras ciencias y saberes, se abre a conocer la realidad de manera
más íntegra y plena.
205. En este mundo globalizado «los medios de comunicación
pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de los
otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia
humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una
vida más digna para todos. […] Pueden ayudarnos en esta tarea,
especialmente hoy, cuando las redes de la comunicación humana
han alcanzado niveles de desarrollo inauditos. En particular, internet
puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre
todos; y esto es algo bueno, es un don de Dios»[199].
Pero es necesario verificar constantemente que las actuales formas de
comunicación nos orienten efectivamente al encuentro generoso, a
la búsqueda sincera de la verdad íntegra, al servicio, a
la cercanía con los últimos, a la tarea de construir el
bien común. Al mismo tiempo, como enseñaron los Obispos
de Australia, «no podemos aceptar un mundo digital
diseñado para explotar nuestra debilidad y sacar afuera lo peor
de la gente»[200].
El
fundamento de los consensos
206. El relativismo no es la solución. Envuelto detrás de
una supuesta tolerancia, termina facilitando que los valores morales
sean interpretados por los poderosos según las conveniencias del
momento. Si en definitiva «no hay verdades objetivas ni
principios sólidos, fuera de la satisfacción de los
propios proyectos y de las necesidades inmediatas […] no podemos pensar
que los proyectos políticos o la fuerza de la ley serán
suficientes. […] Cuando es la cultura la que se corrompe y ya no se
reconoce alguna verdad objetiva o unos principios universalmente
válidos, las leyes sólo se entenderán como
imposiciones arbitrarias y como obstáculos a evitar»[201].
207. ¿Es posible prestar atención a la verdad, buscar la
verdad que responde a nuestra realidad más honda?
¿Qué es la ley sin la convicción alcanzada tras un
largo camino de reflexión y de sabiduría, de que cada ser
humano es sagrado e inviolable? Para que una sociedad tenga futuro es
necesario que haya asumido un sentido respeto hacia la verdad de la
dignidad humana, a la que nos sometemos. Entonces no se evitará
matar a alguien sólo para evitar el escarnio social y el peso de
la ley, sino por convicción. Es una verdad irrenunciable que
reconocemos con la razón y aceptamos con la conciencia. Una
sociedad es noble y respetable también por su cultivo de la
búsqueda de la verdad y por su apego a las verdades más
fundamentales.
208. Hay que acostumbrarse a desenmascarar las diversas maneras de
manoseo, desfiguración y ocultamiento de la verdad en los
ámbitos públicos y privados. Lo que llamamos “verdad” no
es sólo la difusión de hechos que realiza el periodismo.
Es ante todo la búsqueda de los fundamentos más
sólidos que están detrás de nuestras opciones y
también de nuestras leyes. Esto supone aceptar que la
inteligencia humana puede ir más allá de las
conveniencias del momento y captar algunas verdades que no cambian, que
eran verdad antes de nosotros y lo serán siempre. Indagando la
naturaleza humana, la razón descubre valores que son
universales, porque derivan de ella.
209. De otro modo, ¿no podría suceder quizás que
los derechos humanos fundamentales, hoy considerados infranqueables,
sean negados por los poderosos de turno, luego de haber logrado el
“consenso” de una población adormecida y amedrentada? Tampoco
sería suficiente un mero consenso entre los distintos pueblos,
igualmente manipulable. Ya tenemos pruebas de sobra de todo el bien que
somos capaces de realizar, pero, al mismo tiempo, tenemos que reconocer
la capacidad de destrucción que hay en nosotros. El
individualismo indiferente y despiadado en el que hemos caído,
¿no es también resultado de la pereza para buscar los
valores más altos, que vayan más allá de las
necesidades circunstanciales? Al relativismo se suma el riesgo de que
el poderoso o el más hábil termine imponiendo una
supuesta verdad. En cambio, «ante las normas morales que
prohíben el mal intrínseco no hay privilegios ni
excepciones para nadie. No hay ninguna diferencia entre ser el
dueño del mundo o el último de los miserables de la
tierra: ante las exigencias morales somos todos absolutamente
iguales»[202].
210. Lo que nos ocurre hoy, y nos arrastra en una lógica
perversa y vacía, es que hay una asimilación de la
ética y de la política a la física. No existen el
bien y el mal en sí, sino solamente un cálculo de
ventajas y desventajas. El desplazamiento de la razón moral trae
como consecuencia que el derecho no puede referirse a una
concepción fundamental de justicia, sino que se convierte en el
espejo de las ideas dominantes. Entramos aquí en una
degradación: ir “nivelando hacia abajo” por medio de un consenso
superficial y negociador. Así, en definitiva, la lógica
de la fuerza triunfa.
El consenso y
la verdad
211. En una sociedad pluralista, el diálogo es el camino
más adecuado para llegar a reconocer aquello que debe ser
siempre afirmado y respetado, y que está más allá
del consenso circunstancial. Hablamos de un diálogo que necesita
ser enriquecido e iluminado por razones, por argumentos racionales, por
variedad de perspectivas, por aportes de diversos saberes y puntos de
vista, y que no excluye la convicción de que es posible llegar a
algunas verdades elementales que deben y deberán ser siempre
sostenidas. Aceptar que hay algunos valores permanentes, aunque no
siempre sea fácil reconocerlos, otorga solidez y estabilidad a
una ética social. Aun cuando los hayamos reconocido y asumido
gracias al diálogo y al consenso, vemos que esos valores
básicos están más allá de todo consenso,
los reconocemos como valores trascendentes a nuestros contextos y nunca
negociables. Podrá crecer nuestra comprensión de su
significado y alcance —y en ese sentido el consenso es algo
dinámico—, pero en sí mismos son apreciados como estables
por su sentido intrínseco.
212. Si algo es siempre conveniente para el buen funcionamiento de la
sociedad, ¿no es porque detrás de eso hay una verdad
permanente, que la inteligencia puede captar? En la realidad misma del
ser humano y de la sociedad, en su naturaleza íntima, hay una
serie de estructuras básicas que sostienen su desarrollo y su
supervivencia. De allí se derivan determinadas exigencias que
pueden ser descubiertas gracias al diálogo, si bien no son
estrictamente fabricadas por el consenso. El hecho de que ciertas
normas sean indispensables para la misma vida social es un indicio
externo de que son algo bueno en sí mismo. Por consiguiente, no
es necesario contraponer la conveniencia social, el consenso y la
realidad de una verdad objetiva. Estas tres pueden unirse
armoniosamente cuando, a través del diálogo, las personas
se atreven a llegar hasta el fondo de una cuestión.
213. Si hay que respetar en toda situación la dignidad ajena, es
porque nosotros no inventamos o suponemos la dignidad de los
demás, sino porque hay efectivamente en ellos un valor que
supera las cosas materiales y las circunstancias, y que exige que se
les trate de otra manera. Que todo ser humano posee una dignidad
inalienable es una verdad que responde a la naturaleza humana
más allá de cualquier cambio cultural. Por eso el ser
humano tiene la misma dignidad inviolable en cualquier época de
la historia y nadie puede sentirse autorizado por las circunstancias a
negar esta convicción o a no obrar en consecuencia. La
inteligencia puede entonces escrutar en la realidad de las cosas, a
través de la reflexión, de la experiencia y del
diálogo, para reconocer en esa realidad que la trasciende la
base de ciertas exigencias morales universales.
214. A los agnósticos, este fundamento podrá parecerles
suficiente para otorgar una firme y estable validez universal a los
principios éticos básicos y no negociables, que pueda
impedir nuevas catástrofes. Para los creyentes, esa naturaleza
humana, fuente de principios éticos, ha sido creada por Dios, quien,
en
definitiva, otorga un fundamento sólido a esos principios[203].
Esto no establece un fijismo ético ni da lugar a la
imposición de algún sistema moral, puesto que los
principios morales elementales y universalmente válidos pueden
dar lugar a diversas normativas prácticas. Por eso deja siempre
un lugar para el diálogo.
Una nueva
cultura
215. «La vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto
desencuentro por la vida»[204]. Reiteradas veces he invitado a
desarrollar una cultura del encuentro, que vaya más allá
de las dialécticas que enfrentan. Es un estilo de vida tendiente
a conformar ese poliedro que tiene muchas facetas, muchísimos
lados, pero todos formando una unidad cargada de matices, ya que
«el todo es superior a la parte»[205]. El poliedro
representa una sociedad donde las diferencias conviven
complementándose, enriqueciéndose e iluminándose
recíprocamente, aunque esto implique discusiones y prevenciones.
Porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es
prescindible. Esto implica incluir a las periferias. Quien está
en ellas tiene otro punto de vista, ve aspectos de la realidad que no
se reconocen desde los centros de poder donde se toman las decisiones
más definitorias.
El encuentro
hecho cultura
216. La palabra “cultura” indica algo que ha penetrado en el pueblo, en
sus convicciones más entrañables y en su estilo de vida.
Si hablamos de una “cultura” en el pueblo, eso es más que una
idea o una abstracción. Incluye las ganas, el entusiasmo y
finalmente una forma de vivir que caracteriza a ese conjunto humano.
Entonces, hablar de “cultura del encuentro” significa que como pueblo
nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender
puentes, proyectar algo que incluya a todos. Esto se ha convertido en
deseo y en estilo de vida. El sujeto de esta cultura es el pueblo, no
un sector de la sociedad que busca pacificar al resto con recursos
profesionales y mediáticos.
217. La paz social es trabajosa, artesanal. Sería más
fácil contener las libertades y las diferencias con un poco de
astucia y de recursos. Pero esa paz sería superficial y
frágil, no el fruto de una cultura del encuentro que la
sostenga. Integrar a los diferentes es mucho más difícil
y lento, aunque es la garantía de una paz real y sólida.
Esto no se consigue agrupando sólo a los puros, porque
«aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores,
tienen algo que aportar que no debe perderse»[206]. Tampoco
consiste en una paz que surge acallando las reivindicaciones sociales o
evitando que hagan lío, ya que no es «un consenso de
escritorio o una efímera paz para una minoría
feliz»[207]. Lo que vale es generar procesos de encuentro,
procesos que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias.
¡Armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo!
¡Enseñémosles la buena batalla del encuentro!
El gusto de
reconocer al otro
218. Esto implica el hábito de reconocer al otro el derecho de
ser él mismo y de ser diferente. A partir de ese reconocimiento
hecho cultura se vuelve posible la gestación de un pacto social.
Sin ese reconocimiento surgen maneras sutiles de buscar que el otro
pierda todo significado, que se vuelva irrelevante, que no se le
reconozca algún valor en la sociedad. Detrás del rechazo
de determinadas formas visibles de violencia, suele esconderse otra
violencia más solapada: la de quienes desprecian al diferente,
sobre todo cuando sus reclamos perjudican de algún modo los
propios intereses.
219. Cuando un sector de la sociedad pretende disfrutar de todo lo que
ofrece el mundo, como si los pobres no existieran, eso en algún
momento tiene sus consecuencias. Ignorar la existencia y los derechos
de los otros, tarde o temprano provoca alguna forma de violencia,
muchas veces inesperada. Los sueños de la libertad, la igualdad
y la fraternidad pueden quedar en el nivel de las meras formalidades,
porque no son efectivamente para todos. Por lo tanto, no se trata
solamente de buscar un encuentro entre los que detentan diversas formas
de poder económico, político o académico. Un
encuentro social real pone en verdadero diálogo las grandes
formas culturales que representan a la mayoría de la
población. Con frecuencia las buenas propuestas no son asumidas
por los sectores más empobrecidos porque se presentan con un
ropaje cultural que no es el de ellos y con el que no pueden sentirse
identificados. Por consiguiente, un pacto social realista e inclusivo
debe ser también un “pacto cultural”, que respete y asuma las
diversas cosmovisiones, culturas o estilos de vida que coexisten en la
sociedad.
220. Por ejemplo, los pueblos originarios no están en contra del
progreso, si bien tienen una idea de progreso diferente, muchas veces
más humanista que la de la cultura moderna de los desarrollados.
No es una cultura orientada al beneficio de los que tienen poder, de
los que necesitan crear una especie de paraíso eterno en la
tierra. La intolerancia y el desprecio ante las culturas populares
indígenas es una verdadera forma de violencia, propia de los
“eticistas” sin bondad que viven juzgando a los demás. Pero
ningún cambio auténtico, profundo y estable es posible si
no se realiza a partir de las diversas culturas, principalmente de los
pobres. Un pacto cultural supone renunciar a entender la identidad de
un lugar de manera monolítica, y exige respetar la diversidad
ofreciéndole caminos de promoción y de integración
social.
221. Este pacto también implica aceptar la posibilidad de ceder
algo por el bien común. Ninguno podrá tener toda la
verdad ni satisfacer la totalidad de sus deseos, porque esa
pretensión llevaría a querer destruir al otro
negándole sus derechos. La búsqueda de una falsa
tolerancia tiene que ceder paso al realismo dialogante, de quien cree
que debe ser fiel a sus principios, pero reconociendo que el otro
también tiene el derecho de tratar de ser fiel a los suyos. Es
el auténtico reconocimiento del otro, que sólo el amor
hace posible, y que significa colocarse en el lugar del otro para
descubrir qué hay de auténtico, o al menos de
comprensible, en medio de sus motivaciones e intereses.
Recuperar la
amabilidad
222. El individualismo consumista provoca mucho atropello. Los
demás se convierten en meros obstáculos para la propia
tranquilidad placentera. Entonces se los termina tratando como
molestias y la agresividad crece. Esto se acentúa y llega a
niveles exasperantes en épocas de crisis, en situaciones
catastróficas, en momentos difíciles donde sale a plena
luz el espíritu del “sálvese quien pueda”. Sin embargo,
todavía es posible optar por el cultivo de la amabilidad. Hay
personas que lo hacen y se convierten en estrellas en medio de la
oscuridad.
223. San Pablo mencionaba un fruto del Espíritu Santo con la
palabra griega jrestótes (Ga 5,22), que expresa un estado de
ánimo que no es áspero, rudo, duro, sino afable, suave,
que sostiene y conforta. La persona que tiene esta cualidad ayuda a los
demás a que su existencia sea más soportable, sobre todo
cuando cargan con el peso de sus problemas, urgencias y angustias. Es
una manera de tratar a otros que se manifiesta de diversas formas: como
amabilidad en el trato, como un cuidado para no herir con las palabras
o gestos, como un intento de aliviar el peso de los demás.
Implica «decir palabras de aliento, que reconfortan, que
fortalecen, que consuelan, que estimulan», en lugar de
«palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que
desprecian»[208].
224. La amabilidad es una liberación de la crueldad que a veces
penetra las relaciones humanas, de la ansiedad que no nos deja pensar
en los demás, de la urgencia distraída que ignora que los
otros también tienen derecho a ser felices. Hoy no suele haber
ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a tratar bien a
los demás, a decir “permiso”, “perdón”, “gracias”. Pero
de vez en cuando aparece el milagro de una persona amable, que deja a
un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para
regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para
posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia. Este
esfuerzo, vivido cada día, es capaz de crear esa convivencia
sana que vence las incomprensiones y previene los conflictos. El
cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud
superficial o burguesa. Puesto que supone valoración y respeto,
cuando se hace cultura en una sociedad transfigura profundamente el
estilo de vida, las relaciones sociales, el modo de debatir y de
confrontar ideas. Facilita la búsqueda de consensos y abre
caminos donde la exasperación destruye todos los puentes.
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Parte siguiente de esta serie:
NOTAS (por
The M+G+R Foundation)
(1) Fuente original y
oficial: Texto
de la Carta Encíclica "Fratelli Tutti" en Español en el
sitio del Vaticano
(2) Notas
sobre el formato:
* Nuestros resúmenes y
comentarios (The M+G+R Foundation)
son los destacados
en
letra itálica y color azul.
* Los títulos de sección son propios del original.
* Hemos destacado en negrita
las palabras clave relacionadas con "fraternidad", "hermanos", "padre",
"unión mundial", "globalismo", "economía", "cultura" y
similares, así como también otras palabras clave que
puedan servir de puntos de referencia para poder hacer un seguimiento
visual del texto.
* Y en color
rojo
las apariciones de las palabras "Dios", "Fe", "Jesús",
"Evangelio", "Biblia", "cristiano", "católico" y similares.
* Los números entre corchetes como [35] proceden del original y
se corresponden con citas que el lector puede encontrar al pie del
documento original del Vaticano.
Fecha oficial de
publicación de la Encíclica por el Vaticano: 3 de Octubre
de 2020
Publicación de esta
Reproducción Comentada de la Encíclica: 10 de Marzo
(Parte 1) y 22 de Junio de 2021 (resto de partes)
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